Todo acto
de comunicación puede describirse como un par constituido por un signo
producido por un emisor, interpretado luego por un receptor. Su estudio
combinará producción e interpretación de un mismo signo. Tomando el modelo
peirceano podríamos representar los procesos de producción e interpretación con
un gráfico como el siguiente, en el que O representa el objeto, S representa el
signo, I representa el interpretante y las flechas muestran las relaciones de
dependencia:
La mayor
parte de los autores se han interesado casi exclusivamente en el problema de la
interpretación de los signos, partiendo de la opinión, ampliamente extendida,
de que la producción y la interpretación son procesos absolutamente
reversibles. De esto se desprendería que describir la interpretación es
describir también, como en un espejo, la producción.
Contra
esta afirmación se puede observar que, si el productor es dueño del objeto que
elige para comunicar su mensaje (elección de palabras, de grafismos, de gestos,
de configuraciones múltiples de unos y de otros), el intérprete está obligado a
efectuar un trabajo de reconstrucción de ese objeto (una semiosis inferencial)
que no tiene por qué llegar necesariamente a reencontrar el mensaje original.
En efecto, las relaciones singulares que productor e intérprete mantienen con
las instituciones de la significación son las que regulan su comunicación. Hay,
entonces, una disimetría a priori, puesto que el primero pone en marcha algo ya
presente en él, mientras que el segundo debe descubrir precisamente lo que el
primero actualizó.
Lo que
hay que remarcar antes que nada es que toda producción es, en alguna medida,
una interpretación a priori. Dicho en otras palabras, la producción es un
proceso de incorporación de un pensamiento en una configuración que se ubica
bajo la dependencia de una interpretación anticipada, respecto de la que el
productor se vuelve un intérprete más. En este sentido participa en este
proceso colectivo de interpretación que describimos como una institución
social. Por parte del intérprete hay un proceso que va de lo particular a lo
universal, de lo individual a lo colectivo, mientras que, de parte del
productor, se va de lo universal a lo particular y de lo colectivo a lo
individual. Más que de reversibilidad, que no diferencia los dos procesos,
debemos hablar de dualidad.
Algo pasa
de la mente del productor a la del intérprete. Más formalmente, puede
considerarse que en todo fenómeno semiótico hay un traspaso, a través de un
signo, de una cierta forma de relaciones que está en la mente de un productor
hacia la mente de un intérprete. El signo se transforma en un medio para la
comunicación de una figura.
Hay que
destacar que en el acto de comunicación, definido como un par (signo producido
/ signo interpretado), tanto el productor como el intérprete hacen referencia a
la misma relación de naturaleza institucional que liga al signo con su objeto.
El productor lo utiliza como algo ya institucionalizado que le permite elegir
una cosa (el signo) y presentarla como el sustituto de otra cosa ausente (el
objeto), con la garantía (en el interior de su comunidad) de que un intérprete
eventual que comparta su cultura tendrá la posibilidad de poner en
funcionamiento la relación empleada en el otro sentido. La comunicación sólo se
logra cuando el objeto del que habla el productor es el mismo que imagina el
intérprete.
Es
precisamente en este sentido donde la concepción peirceana del signo se muestra
más potente que sus rivales binarias. La noción de interpretante nos remite a
las normas sociales compartidas que hacen posible la simetría en el proceso de
producción y en el de interpretación; mientras que, en las concepciones
binarias,
nada nos remite a una intersubjetividad indispensable para cerrar felizmente el
proceso comunicativo.
Maria Camila Vargas Serrano
Cod: 051200042013
Estudiante de Comunicacion Social y Periodismo
Universidad Del Tolima